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(Des)afinados

  • Foto del escritor: Julia Carrillo
    Julia Carrillo
  • 14 feb 2017
  • 3 Min. de lectura

Conocer a personas que viven de sus pasiones siempre es inspirador y te devuelve un poquito el impulso que tú un día perdiste al caer en los dictados de una sociedad en la que prima la productividad y no el producto.

Hoy estoy aquí evocándole, negro sobre blanco, contraste que me apasiona. No es casualidad. Tras una ruptura sentimental, un problema de salud y un despido injustificado de mi trabajo, me sentía desorientada. El conjunto de la realidad de repente se dividió en dos para mí: el mundo y yo. Miraba al mundo a través de unas rejas, de frente y con el ceño fruncido como si no formáramos parte de un mismo espacio. En mi vis a vis con él, le recriminé lo que había hecho conmigo y me alegré de haberlo metido entre rejas por ser tan malo. No me daba cuenta de que mi condena por hacer eso era peor, pues vagaba a la espera de una pena de muerte. Me apagaba lentamente.

En éstas llego él para reposar en mi casa. Vino en calidad de hermano de un amigo de un amigo, vestido de viajero austero y cargado de historias en son de paz trazadas por el mapa de un mundo al cual yo tenía castigado en mi prisión mental. Bastaron esas historias, y su ejemplificación de que una vida plena es posible, para darme cuenta de la inocencia del mundo y de mi propia responsabilidad sobre lo que me pasaba en él.

Esta es la historia de un amor que nunca se manifestó con palabras o gestos que lo confirmaran directamente. No hubo besos, ni caricias, ni promesas. Pero hubo algo mejor; me dio confianza en mí misma, ánimo para mis proyectos y un punto de inflexión y de arranque al mismo tiempo, que me lleva a estar escribiendo ahora.

Sentada en este momento frente a mí, está otra persona que me había enseñado ya antes algunos acordes en la guitarra. Por desgracia, cuando él me los enseñó, yo aún andaba desafinada. No debía de sonar nada limpia y fui ruido para sus oídos. Quizás sentirme más melódica le ha vuelto a atraer hacia mí. Es un hecho que los amantes de la música siguen la melodía del flautista como las ratas, así como los marineros sucumben a los cantos de sirena. Ya que proviene de mares límpidos mexicanos, de ahora en adelante y sin permiso de Jonhy Deep, me referiré a él como el marinero (del Caribe). Al sujeto con el que empecé esta historia le llamaré, puesto que llegó desde Argentina y fue bastante efímero pero bello, la mariposa (de la Plata).

El marinero, como buen profesional, ha parado por diferentes puertos durante este año que hace hoy que le conozco. Rodea siempre sus otros destinos de misterio. Algunas veces elige el mío. Llegué a pensar en ocasiones que absorbido por el triángulo de las Bermudas, nunca volvería. Con él no puedo hablar de un amor que nunca fue, pero sí de un amor/odio por temporadas y temporales.

Creo que el efecto mariposa (de la Plata), de algún modo ha golpeado a través de mí al marinero (del Caribe). La vida es correlativa de manera caprichosa; unos hechos siempre llevan a otros. El caso es que nunca se tiene la certeza, como con algunos vientos, de la dirección que van a tomar y hasta quién van a llegar las consecuencias. Ahí está la poética; en la sorpresa. Aquí está de nuevo el marinero, a mi vera.

Al marinero también le gusta el contraste del negro sobre blanco. Sabe de él más que yo y no sé si por curiosidad sobre mi nuevo camino literario, emprendido con mayor compromiso, o simplemente porque pasaba por aquí, porque la mañana promete lluvias y porque yo tengo un techo cerca, ha llamado a mi puerta para acompañarme en mi proceso creativo. El encuentro ha germinado en este este texto por mi parte. En una libreta virgen el marinero me ha dejado otro texto, junto con un dibujo y una lista de medidas que tomar para no perder el estilo literario. Se nota que está acostumbrado a los cuadernos de Bitácora.

Apenas estamos hablando, pero siento que nos unen más las palabras que escribimos que las que decimos. Estamos más tranquilos que nunca juntos. A un cierto punto y sin yo haber dicho nada sobre cómo comencé este texto, se ha dirigido a mi habitación anunciando: "yo voy a terminar de afinar tu guitarra". A ver si es verdad, marinero. Habrás visto que está mucho mejor que la última vez.

Así, acabamos el encuentro escuchando a Stevie Wonder, porque el amor también es ciego.

Este texto se lo dedico a ambos y a ninguno. Pero si es por dedicar, se lo dedico a América Latina, desde México a Argentina, tierra de mariposas y marineros que a veces arriban a Barcelona para dejar savia nueva.


 
 
 

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