La trilla
- Julia Carrillo

- 13 jul 2018
- 3 Min. de lectura
No me siento orgullosa de ser española, pues soy consciente de que el lugar que te ve nacer es algo aleatorio. Si fuera marroquí, mexicana o australiana, podría albergar también orgullo de mi tierra ya que cualquier punto del globo custodia maravillas. Así mismo, también atrocidades. Eso es inherente a la raza humana; la capacidad de alcanzar lo más sublime y lo más mezquino. Elegir un camino u otro no depende del país donde naces, sino generalmente de la casa en la que creces. Depende de tu educación con o sin lavado cerebral, con o sin contacto con la cultura, con o sin resentimiento.
De lo que me siento orgullosa es de mis propios pasos, de mis avances personales o del grupo de amigos que yo misma he elegido. No puedo por contra sentirme orgullosa de formar parte de un grupo tan numeroso como un país, constituido por millones de personas a las que no conozco y con muchas de las cuales no comparto valores. Por mucho que compartamos nacionalidad en el DNI, gran parte no son de los míos.
Es estúpido elegir a las personas por procedencia y no por otros motivos más ligados a la inteligencia. Un tipo de inteligencia que valoro en mi entorno es la social; personas tolerantes que busquen el bien común y no la división. Personas que no vivan en el pasado y que salten por encima de rencillas e ideologías para aplicar la ética, pero no la suya o la de sus políticos favoritos, sino la mejor para todos. Personas que piensan por si mismas y no sustituyen su cerebro por un canal, sea cual sea, de televisión.

Como decía, no me siento orgullosa de ser española, porque no me pongo por encima de nadie. El orgullo suele preceder a un regusto prepotente. Pero sí me siento española. Eso es inevitable. Forma parte de mi idiosincrasia, con mi cultura y mi educación dentro de ella. Conozco este país mejor que ningún otro y sé que hay tierras, personas e historias mágicas en él. Lo quiero porque el roce hace el cariño. Lo quiero como se quiere a un abuelo gruñón. Eso me da también derecho a enfadarme con él. Me duele esta imagen. Parece que para demostrar que eres un español real tengas que sacar odio, resentimiento y toda la parafernalia fascista. Para eso no hay castigo. Lo mismo me duelen imágenes de otros grupos en las que sólo cambia la bandera, pero me refiero a estas porque se supone que son las del colectivo que defiende por encima de todo lo que yo soy; española. Por mí, podéis enrollar la bandera y volver a casa; me defiendo sola, sin trapo ni canción.
En cambio, si denuncias públicamente cómo la élite que concentra el poder se aprovecha del mismo para robar al ciudadano y lo hace su esclavo, en vez de para hacer leyes que lo protejan, hazlo a escondidas. Te podrían trincar por mal español, por salirte del camino de las ideas e ideologías, de ese mundo de los sueños de superioridad, y querer ser pragmático.
Así, ¿cómo podría sentirme orgullosa? Más bien me pregunto qué estamos haciendo mal para tener a tanto tonto alienado por la pertenencia a un grupo "superior", por algo que está tan visto que huele a rancio. Tan trillado que debería ser yermo.



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