La droga más fuerte
- Julia Carrillo

- 2 ago 2018
- 2 Min. de lectura
El lunes pasado llegaba a Barcelona de un viaje un tanto estresante. Quedaba una segunda etapa. Contaba con medio día para pasar por casa, deshacer la maleta, hacerla de nuevo, descansar unas horas y emprender un nuevo viaje que me llevaría a ver a mi familia. Un ataque de lumbalgia me dejó doblada a noventa grados poco antes de salir otra vez por la puerta de casa. Se mezclaron cansancio, tristeza y rabia dentro de mí. Me empastillé lo que pude esperando mejoras inmediatas que no llegaban. Extendí una esterilla al suelo para intentar estirar el espinazo, pero ni de eso era capaz, así que adopté la posición fetal boca abajo. La posición del bebé me llevo inevitablemente al llanto.
Él me seguía silencioso y a distancia prudencial. Hasta que me eché a llorar declarando que me quería ir a casa y ver a mi familia. Hacía años que no sentía tanto dolor en mi espalda proveniente de dos hernias por volar en bicicleta, en vez de en avión. Entonces se acercó más. Se acomodó entre mis antebrazos. Me acarició la cara repetidamente poniendo sus patitas en modo almohadilla con una suavidad que Scottex quisiera. Me besó a su modo, con lengua. Se acurrucó sin dejar de apoyar sus patitas delanteras sobre uno de mis antebrazos para expresarme que él estaba allí. Sin necesidad de decir ni miau. El llanto de rabia mutó al de emoción. Era la felicidad de pensar que ese cachorro de mes y medio con el que anteriormente sólo había compartido cinco días, se había convertido ya en mi más fiel amigo. Continué un rato más en esa posición sin dejar de sentir su calor. Animada tras su muestra de empatía terminé mi maleta, realicé mi viaje y llegué a casa cuando las pastillas ya habían hecho su trabajo. Las pastillas o su cariño; no sé que droga me dio más fuerte.
Si los seres humanos tuviéramos esa capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno, sin importarnos la apariencia de quien lo alberga, si fuéramos capaces de dar un abrazo a quien está lejos de casa o a quien no la tiene, de mitigar el dolor poniendo la mano sobre quien lo sufre y no levantándola hacia él, quizás nos lleváramos un poco mejor. Pero hablamos demasiado, nos influimos y nos manipulamos para hacer cosas antinaturales cuando es una simple caricia lo que todos necesitamos.
Me tiene chocha. Quizás él también extraña a su mamá. Intentaré desempeñar ese papel lo mejor que sepa. Hoy, doble ración de paté para Chukiluki.




Comentarios