Procastinaïf
- Julia Carrillo

- 16 feb 2019
- 2 Min. de lectura
No pinto casi nada. Con pinturas aún menos. Pienso en ponerme a ello muchas veces pero casi siempre aparece la tentadora maquinaria de la procastinación para entretenerme con sus luminosos botones: el de Internet, el de la siesta, el de las compras o incluso el de pintarme las uñas entre otros. Así puedo decir que pintar, pinto algo. Es verdad que estos botones manchan menos que la parafernalia del artista, pero te matan más y lentamente, como el tabaco. La diferencia es que atacan directamente al alma y no al cuerpo, aunque todo es correlativo. La opción de la escritura resulta más limpia, pero para mí hasta eso se convierte en un engorro, pues con mi modo contorsionista de coger lapiceros o bolígrafos me llevo tinta, grafito y lo que haga falta por delante. Destrozo mis propias palabras, como cuando actúo a veces llevándoles la contraria.
Lo que quería compartiros es que es curioso lo naïf que soy pintando respecto a lo cruda que soy dibujando o escribiendo. Va a ser cierto que el color transmite alegría. Cuánto me alegro de que alguien inventara la vida a color antes de que yo naciera. Imaginad que además de soportar una dictadura, tuvieron que hacerlo en escala de grises, a veces incluso corriendo delante de ellos.
Mi tendencia naïf puede también deberse a que mi técnica favorita siguen siendo las ceras Manley, un clásico de mi infancia y espero que de la tuya. Ahora no sé cuál es la marca de moda en los chinos, pero esa caja manchada, llena de pinturas rotas y desgastadas o incluso nuevas si se trataba de colores más tristes como el marrón o el gris, era una propia obra descontructivista en sí misma. La regresión a lo ñoño con ellas es inevitable.
No hace falta que nadie diga nada que ya sé. Sí, es mejor que me dedique a la escritura. O incluso a la siesta, Internet y las compras... Pero qué queréis que os diga; todo lo que mancha produce gran placer.











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